No es nada nuevo que España es un país en horas bajas, bajísimas. Tampoco es nada nuevo que aquellos que dicen ser nuestros gobernantes, no tienen ni pajolera idea de cómo sacarnos del atolladero. Eso sí, recortes a mansalva (sus culitos que no se los toquen), manteniendo el cortijo que tienen montado a costa de quien sea. Parece ser que, entre tijeretazos por aquí y por allá, no se han dado cuenta de que invertir en la formación de buenos profesionales para que otros les saquen partido, tampoco es buen negocio. L@s arquitect@s somos parte de esos profesionales que, con un talento fuera de dudas, tenemos que plantearnos el petate como forma de buscarnos las habichuelas. Según cuentan, traspasar nuestras fronteras supone pasar de ser "arreglapapeles" que tienen que trabajar por cuatro duros; cómplices del desastre que ha dejado la burbuja inmobiliaria y culpables punibles ante los ojos un juez, a ser considerados profesionales formados, altamente cualificados y requetebien valorados. Toma castaña. Por cierto ¿Tendrá algo que decir el CSCAE de esto? ¿Alguien sabe donde está? Para hacernos sentir orgullosos de nuestra raíces académicas viene un diario a mostrarnos los logros de algunos de nuestros colegas allá por el mundo mundial: LA ARQUITECTURA SE MUDA El 1 de julio, el arquitecto Alejandro Zaera se convirtió en decano de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Hace dos décadas, tras ganar el concurso para construir la terminal del mayor puerto de Japón en Yokohama, en aras a preparar el país para el Mundial de Fútbol de 2002, su fama, y la de su socia, Farshid Mousavi, se disparó. Con oficina en Londres, y hoy también en Barcelona, este madrileño de 48 años ha cuajado un currículo plagado de reconocimiento académico y profesional. Zaera bautizó el despacho que le dio fama como FOA (Foreign Office Architecture). Y ya dirigió el Instituto Berlage de la universidad holandesa de Delft antes de llegar a Nueva Jersey. Así pues, que sea reconocido en el extranjero no sorprende ya a nadie. Sí puede hacerlo, sin embargo, constatar que cada vez sean más los arquitectos españoles que trabajan fuera en todas las escalas y niveles —de planes urbanísticos a pabellones y de recién licenciados a consagrados— y realizando todo tipo de tareas —desde académicas hasta proyectuales—. Esta demanda de profesionales nacionales contrasta con la situación que se vive en España —con un desplome del 40% de las obras en el último lustro—, que obliga a muchos a hacer las maletas, pero revela también que la arquitectura española vive un reconocimiento internacional que la separa de la pantanosa situación inmobiliaria del país. El oficio del arquitecto se está redefiniendo, es cierto, pero no había burbuja en las escuelas: la formación de los proyectistas españoles parece asentada sobre cimientos sólidos. El final abrupto de los mejores años de la arquitectura española es en realidad un traslado. La mudanza ha llevado a los autores del Parque del Agua de la Expo 2008 de Zaragoza, Iñaki Alday y su mujer y socia Margarita Jover, a volcarse en un nuevo perfil académico en Virginia (EE UU). Desde hace un año, Alday dirige el departamento de arquitectura de la universidad que el presidente Thomas Jefferson fundó en 1819. “Las universidades americanas han visto la ocasión de importar talento”, explica. España siempre ha sido un país de emigrantes. Pero este proyectista zaragozano asegura que no se trata solo de viajar para sobrevivir: “La sociedad norteamericana selecciona a quien cree que puede reforzar sus élites”. No está solo en Estados Unidos. Dirigiendo departamentos, o Escuelas, se encuentran Xavier Costa (North Eastern University), Antón García-Abril (Massachusetts Institute of Technology), Zaera e Iñaki Ábalos, que lleva años dando clases en Harvard y se perfila como candidato para llevar la escuela de diseño que dirigieran arquitectos tan insignes como Rafael Moneo, Josep Lluís Sert o Walter Gropius. Por su parte, Alday y Jover llevan años trabajando el paisajismo y la arquitectura no como disciplinas separadas, sino como componentes de un mismo aspecto: el mundo. Y en la meritocracia norteamericana han podido poner en marcha sus ideas: “Como sociedad protestante, la universidad americana tiene la cultura del mérito embebida frente a nuestra cultura de las amistades. Pueden ser despiadados, pero son mucho más eficientes que nosotros. Hubiera sido impensable ascender tan rápido en una universidad española, donde uno debe pasar de silla en silla y haciendo los rendez vous correspondientes”, aseguran. ¿Por qué aceptó Alday, que ya había construido en España un sólido currículo, romper por completo y trasladarse con su familia a Virginia? ¿Por qué abandonó su plácida vida en Barcelona y dejó proyectos sobre la mesa? “Esto también es un proyecto. Cinco años es lo que se suele tardar en realizar cualquier edificio. Y ahora vamos a dedicarle un lustro a un programa académico”, explica. El arquitecto asegura que el mundo está cambiando tan rápido que resulta oportuno mirarlo desde otro punto de vista. Ni él ni Jover lo ven como una emigración. Les parece más bien una ampliación. “Nuestra idea es que ampliamos el mundo, no que nos hemos ido”. Es Margarita la que viaja mensualmente a Barcelona para lidiar con el estudio, pero viven en Virginia. “Uno vive en el lugar donde van al colegio los niños, pero trabaja donde sea”, asegura por teléfono. También Victoria Garriga está dispuesta a trabajar donde sea: “Mucho más que a hacer lo que sea”, aclara. Viajó por primera vez a Bagdad hace seis años. Acompañaba al profesor de estética de la Escuela de Barcelona (ETSAB) Pedro Azara en su búsqueda del “dios Enki de la arquitectura” para una exposición que preparaban para la Fundació La Caixa y se fascinó por el país. “Entendí el potencial transformador de la arquitectura. Pensé que debía intentarlo”, explica en su estudio en Barcelona. El precio que pagan quienes aspiran a transformar algo es que ellos mismos son los primeros transformados. Garriga asegura que, tras seis años de trabajo en varios barrios de la capital iraquí, ya no puede mirar ni entender igual el mundo. Autores del Museo Balenciaga en Getaria (Gipuzkoa), de más de dos centenares de interiores y de más de una docena de proyectos por toda España, ella y su marido y socio, Toño Foraster, han cambiado mucho. “Hasta la educación de nuestros hijos”, cuenta este. Cuando Victoria Garriga se presentó al concurso para la reconstrucción del barrio chií de Khadimiyah no dudó en cubrirse completamente con una abaia de la misma manera en que un buzo se pone traje de agua para lanzarse al mar. Luego, al visitar Kerbala —otro lugar santo donde cubrirse es obligatorio— le pesó la falta de libertad y la negación del cuerpo. Sin embargo, está agradecida. Reconoce que gracias a la abaia ha podido entrar en lugares donde no entran los no musulmanes: “Ese es un enorme favor que me han hecho y que no estoy segura de que aquí ciertas instituciones religiosas tuviesen la misma consideración hacia un no creyente o un musulmán. Las autoridades religiosas aparentemente más integristas me trataron con enorme consideración y respeto y me dieron su bendición para visitar y proponer una transformación de sus lugares santos”. Victoria tiene una sensación de enorme privilegio. Sin embargo, en Mosul, decidió ponerse el hiyab (un pañuelo de cabeza) por otros motivos. Le hablaron de la fuerza de la organización terrorista Al Qaeda en la ciudad y le Medio digitalArtículo publicado en El País Digital en Agosto de 2012
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