Podríamos hablar de las retribuciones que cada profesional recibe por desarrollar su labor para ganarse el pan de cada dia, sin embargo nos centraremos en aquel colectivo que nos toca la fibra. Dedicarse a la arquitectura sigue siendo aún la opción de much@s de l@s que nos hemos preparado para ello. Que osadía ¿no? Hace falta un poquito de "por favor". Para aquell@s que seguís este blog y la vomitera de palabrotas mal juntadas que lo rellenan, estaréis enterad@s de que nuestro estudio de arquitectura se reinventó bajo el concepto de centro COWORKING para recibir con los brazos abiertos a profesionales de diferentes disciplinas que nos ayudaran a pagar los gastos de oficina. Impotencia. Eso es lo que sentimos los arquitectos de este espacio cuando vemos como defienden, gestionan y protegen el colectivo al que pertenecen. Provisión de gastos, tablas de honorarios a rajatabla, cobro por consulta, etc...y unas cabezas visibles que los representan. ¿Pero que nos pasa a l@s arquitectos? Nosotros hablamos de competencia desleal, de "pan para hoy y hambre para mañana", de "cada uno con su puñetero pellejo", del inclasificable CSAE (¿consejo superior de qué...?), etc... Si no nos miramos el ombligo y lo intentamos proteger, nadie lo va a hacer por nosotros. Somos l@s que tenemos que poner remedio. Estas letrillas tecleadas en caliente vienen a servir de teloneras al artículo que realmente nos ocupa hoy. Miguel Fernández, Arquitecto y secretario del Colegio Oficial de Arquitectos de Almeria, nos obsequió con esta interesante invitación a la reflexión. Como no podía ser de otra forma decidimos incluirla también entre las páginas del segundo número de la revista ACERCADE Arquitectura que podéis descargar de forma gratuíta. EL VALOR DE NUESTROS HONORARIOS Cuando terminábamos la carrera, ya con nuestro título bajo el brazo, íbamos al Colegio y nos dábamos de alta y a la vez en la Hermandad Nacional de Arquitectos, que antes era obligatorio, y en ASEMAS, nuestra mutua de aseguramiento de la responsabilidad civil; ahora es impensable, ya casi nadie se da de alta en las tres cosas de una vez, sencillamente por que no hay trabajo y supone un gasto difícil de soportar. Pero hay algo en común entre las generaciones anteriores, digamos, y los que se van incorporando desde hace varios años, que es, precisamente, lo que nos inoculan. Inoculan, porque lo llevamos dentro. Inoculan, porque es una constante. Inoculan, porque no nos podemos desprender de ello así como así. La dosis, está compuesta, por una parte de grandilocuencia y por otra de falta de criterio para VALORAR NUESTRO TRABAJO. Todo evidentemente se enclava en la etapa docente donde aproximarse a la realidad es profanar la arquitectura sublime, esa que no se puede construir, solo dibujar con los mayores alardes gráficos posibles; hay pocos profesores que deciden bajar al ruedo y enfatizar la arquitectura con mayúsculas, esa que no tiene tiempo, pero es muy peligroso adentrarse en un mundo donde no es arquitectónicamente correcto, ¿qué dirán? La grandilocuencia, es donde todo cobra una dimensión cósmica y en la vida real es solo alcanzable por algunos pocos que además se auto consuelan entre ellos mediante las publicaciones, salvo, evidentemente, y me quito el sombrero aquellos que con el antídoto del trabajo bien hecho y su valía personal, no sueñan pero construyen realidades incontestables, pero son muy pocos, incluso anónimos arquitectos que con sus proyectos domésticos dignifican a la profesión día a día, sin necesidad de construir todos los meses un par de auditorios, palacios de congresos o ciudades enteras. Por otro lado la valoración de nuestro trabajo. Quizá ese día no fui a clase, pero no recuerdo que me dijeran que nuestro trabajo es tan inapreciable por los demás que no pueden ni mensurarlo y por tanto su valor es tendente a cero; sólo lo entiendo como parte de lo que nos inoculan y no nos damos cuenta. Ya en la etapa profesional, jamás valoramos nuestro tiempo, no nos asignamos, por ejemplo, un precio por hora, no valoramos tampoco el desplazamiento a una obra y el tiempo de estancia ni los gastos que supone el transporte en sí mismo. No valoramos los bocetos, anteproyectos o consultas urbanísticas o de viabilidad de una promoción, por ejemplo. Entendemos que no se cobra todo esto, sólo a partir de que te encargan un proyecto y normalmente al final, y todo incluido. Todo incluido, bocetos, proyecto, con el nuevo CTE por supuesto, ir al ayuntamiento a presentar la solicitud de licencia y hacer un seguimiento como si de un detective se tratara, ir a costas, medio ambiente, obras públicas, vuelta al ayuntamiento, concesión de licencia tras varios meses y treinta visitas nuestras realizadas o más, notario, dirección de obra, conciliaciones con el jefe de obra y técnicos, modificaciones, más y más planos, final de obra, libro del edificio, notario, catastro, planos de descripción de superficies y en color para la inmobiliaria, y muchas mas cosas que me dejo en el tóner. Creo que no valoramos nosotros mismos nuestro trabajo. En varias ocasiones he sido testigo de abonar in situ a un letrado el precio de la consulta efectuada en el instante, yo me quedé perplejo, a todo esto sin recibo o factura a cambio, claro está. Resulta que las consultas innumerables que resolvemos normalmente a solicitud de clientes asiduos y no tan asiduos, no se suelen cobrar; apuesto que la Comisión Nacional de la Competencia si se entera nos tacharía de impropios en el mercado de la competencia, de ese mercado en el que se nos introduce como si nuestro trabajo se subastara. Peor sería si se enterara que, además, nos gusta concursar en convocatorias publicas en las que apenas tenemos posibilidad, por pura probabilidad de factores, y encima corriendo a nuestra costa todos los gastos, que son muchos, haciendo varios paneles, llenos de grafismo lúdico, maquetas, sin contar con nuestro tiempo, aún así nos quitamos la vida por concursar y lo defendemos públicamente; no existe en el mercado profesional libre nadie como nosotros, a veces no se entiende y cada día menos. Es necesario publicar los costes que suponen los servicios profesionales del arquitecto en materia de edificación y urbanismo y lo que incluye cada trabajo por separado para que el ciudadano conozca no ya un coste, que es importante, sino el concepto de lo que encarga y pueda libremente dirigirse a un Arquitecto sabiendo ya en qué consiste el trabajo, esto nos ayudará enormemente a que sean los clientes los que nos ayuden a valorar el trabajo que ofrecemos y por mutuo acuerdo se selle un contrato bien redactado. Pero no todo acaba ahí, es necesario un antídoto personal e intransferible para que sepamos cada uno dignificar nuestro propio trabajo y la responsabilidad que adquirimos y no dejar en manos de terceros nuestra exclusión del mercado profesional. Que no sea ASEMAS, nuestra acreditación financiera, ni las ISO, por ejemplo, las que nos permitan o no ofrecer con dignidad nuestros servicios, sino un compendio de todo, incluido nuestro trabajo y la valoración respetuosa del mismo. Esta etapa aciaga debe hacernos reflexionar, es cuestión de subsistir y estar preparados para salir reforzados como profesionales que somos, como profesionales necesarios que valoramos nuestra responsabilidad. Miguel Fernández GazquezArquitecto y Secretario del Colegio Oficial de Arquitectos de Almería
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